La globalización es un fenómeno estigmatizado en buena parte del planeta, especialmente en los países ricos, por las consecuencias que ha tenido para las clases medias, que han sufrido una importante pérdida de poder adquisitivo y de relevancia social. La situación ha derivado en desconcierto, en enfado y en frustración; en imprevisibles respuestas políticas y en un horizonte de incertidumbre. Pero el mismo fenómeno que ha hecho que la desigualdad crezca en algunas regiones del planeta ha hecho posible, en todo el mundo, que millones de personas salgan de la pobreza
e ingresen en ese espacio confortable que se denomina clase media.
Dos décadas de crecimiento de las clases medias
En un famoso documento del Banco Mundial de 2013, la institución dejó patente que la globalización es el motor que ha permitido incrementar los ingresos a buena parte de la población mundial que tenía rentas muy bajas. El fenómeno ha sido especialmente relevante
en China, donde 800 millones de personas han salido de la pobreza
en los últimos veinte años.
También India ha seguido esa senda en los últimos años junto con otras muchas naciones, especialmente las asiáticas. Aunque es importante señalar que este empuje es general en todo el planeta. Según el
World Data Lab,
las clases medias y ricas ya suman más de la mitad de la población mundial,
algo más de 3.800 millones de personas. Y las perspectivas que este mismo organismo está barajando indican que la situación está avanzando en ese sentido y calcula que la clase media sumará 4.000 millones de personas en 2020 y 5.300 millones en 2030.
Una clase capaz de impulsar a las naciones
También América Latina en general y México en particular han visto crecer este segmento de la población. No de una forma tan definitiva como en Asia, pero sí suficientemente significativa como para conformar hoy una abundante población bien formada, con ganas de generar (y exigir) mejoras sociales y (esto me parece lo más interesante) con empuje suficiente como para impulsar hacia adelante a la nación mexicana.
La situación, vista desde una perspectiva histórica, invita al optimismo. En KENSA nos gusta recordarla cada tanto porque, después de todo, sentimos que somos parte de este movimiento en tanto que el comercio internacional ha sido uno de los motores de todo este salto cualitativo
que está viviendo la humanidad, junto con la innovación tecnológica y la conexión global.
Pero no podemos olvidar que la desigualdad gana terreno en muchas regiones y que, al mismo tiempo, crecen los movimientos que pretenden fragmentar el mundo de nuevo, devolviéndonos a espacios de proteccionismo. ¿Conseguiremos parar esa tendencia?
Son muchos los expertos indican, y me parece la opinión más atinada, que aquí está el verdadero poder de las clases medias: en marcar la agenda de sus respectivos países
para hacer posible un consenso global y, con él, un crecimiento económico que llegue cada día a más gente. Sin dejar atrás a naciones o a segmentos sociales, sin agotar los recursos naturales y sin hipotecar nuestro futuro. La ciencia nos dice que es posible. Y todos cuantos estamos involucrados en el comercio internacional sabemos que es el camino.