La Ruta de la Seda fue más que una ruta comercial redituable: fue la ruta del conocimiento. A través de este camino viajaban más que los productos más codiciados por las civilizaciones. Viajaba una nueva manera de pensar, ideas frescas, idiomas, religiones, arte y distintas formas de entender el mundo.
Fue un hito en la historia que solo comenzó a desvanecerse cuando nuevas naciones, más jóvenes que la milenaria China, comenzaron a buscar rutas alternativas que les permitieran unir Europa a Asia a través de los mares. Aunque tuvieran que arriesgar su vida en el intento, abriendo así la era del descubrimiento americano y de una nueva y extraordinaria expansión comercial.
Hoy, cientos de años después, Estados Unidos controla la mayoría de las rutas marítimas que emplea China. Frente a este contexto, la potencia asiática se ha propuesto emprender una nueva aventura en la historia del comercio (y de la humanidad): está trabajando para abrir nuevas rutas por tierra y por mar. Es un ambicioso proyecto que conecta toda Asia, los países del Golfo y de Oriente Medio, el Norte de África y Europa con el fin de garantizar el transporte de sus exportaciones y los suministros de materias primas.
Con la nueva Ruta de la Seda en construcción, resulta oportuno recapitular cual ha sido el gran legado de los caminos de su antecesora, aquella vieja ruta que conectó el mundo a partir del siglo 1 A.C.
La ruta de la prosperidad económica
La ruta que conectó China con Mongolia, pasando por la India, Persia, Arabia, Siria, Turquía, hasta llegar a Europa y el Norte de África, lleva el nombre de la mercancía más prestigiosa de la época. Pero no es lo único que circulaba por esta ruta. También viajaban especias (esenciales para la conservación de alimentos), metales y piedras preciosas, marfil, tejidos de lana o lino, armamentos para enfrentar nuevas batallas, perfumería, cerámica y porcelana. Estos productos eran un lujo, al punto que eran signo del más alto estatus entre los consumidores.
Un bouquet cultural
A pesar de las enormes distancias de hielo y desierto que los viajeros tenían que recorrer, es el aporte cultural de esta ruta el que, a mi parecer, se roba toda la atención. Especialmente en torno al intercambio religioso y a la difusión del budismo, que viajó por la Ruta de la Seda impregnando los distintos estados. Y también por el intercambio de idiomas, de ideas y de interpretaciones del mundo que se dieron lugar en las posadas que se establecieron para descansar y alimentar a los viajeros. Este intercambio cultural nos demuestra que el comercio, además de ser un potente motor del desarrollo económico de una nación, es mucho más que el intercambio de bienes.
Es la conexión que se establece entre culturas. Es abrazar al otro e impregnarse de lo diferente.